Cuando era pequeña tenía miedo a la guerra. Mi tío abuelo, que estuvo en la de Marruecos, “contra los moros”, nos contaba historias de lo que había vivido. Mi abuela, años más tarde, cuando murió Franco, lloraba y no de pena por la muerte del dictador, sino por miedo, miedo a que viniera otra guerra. La presencia de la guerra, en aquellas generaciones, provocaba un miedo real, intenso, por el recuerdo de algo vivido con horror.
Hoy, nuestros miedos son mucho menos importantes, menos vitales, menos dramáticos, no sé como definirlos. El miedo que más me entristece es el miedo a decir lo que se piensa, a definirse ideológicamente, a comprometerse con unas ideas, con unos sentimientos… A veces, demasiadas veces, mis alumnas me dicen que ellas son “apolíticas”. Eso, me da pena y coraje a la vez. Entonces les pido que den una respuesta silenciosa, sin decirla en voz alta, que solo la piensen, a cuestiones concretas como: ¿Prefieres sanidad pública o privada?, ¿Eres partidaria de los anticonceptivos?, ¿Qué opinión te merece la ley del aborto?, ¿Qué opinas de la inmigración?, ¿Educación pública o privada?, ¿Te gustan los uniformes en la escuela pública?, ¿En que ministerio invertiríais más dinero público?…No sé, preguntas así… A todas dan una respuesta, llegando a la conclusión de que sí tienen opinión política.
Porque la política no es más que una manera de pensar sobre las cosas que pasan en nuestra sociedad y proponer soluciones según nuestro modo de pensar, nuestra moral, nuestra concepción de lo que está bien y lo que está mal. Los niños piensan que lo que está bien es lo que dicen sus padres, es lo que se denomina moral heterónoma, “la de los otros”. Cuando nos hacemos mayores, deberíamos decidir por nosotros mismos, lo que está bien y lo que está mal, seria la moral autónoma, “la de cada uno”. Habríamos de ser capaces de defender nuestro propio pensamiento, de dar nuestra opinión y defenderla sin miedo a que me asocien con tal o tal partido, sin temor a salir en una foto con fulanito, a que no venga a comprar a mi tienda, a que no me contraten para las obras, a que me tiren del trabajo o me hagan la vida imposible…
Porque estos son miedos ridículos, nadie pude robarnos nuestros pensamientos, nadie puede negarnos el derecho a decir quienes somos ni en qué creemos, cómo nos gusta vivir y con qué soñamos. Porque ahora ya no hay guerra que valga, hay un futuro que puede y debe ser mejor, más justo, más igualitario, más democrático… Os aseguro que mis nietos no me verán lloran de miedo…